Es cada vez menos frecuente encontrar a un Timonel gobernando una embarcación con la vista fija en el compás magnético. Mucho menos frecuente será toparse con un compás cuyo propietario se haya tomado el trabajo de compensarlo, y muy pocas las posibilidades de detectar, en algún rincón del barco, una tabla de desvíos.
No deja de ser cierto que navegando a vista de costa, o cuando nos dirigimos hacia ella, la tarea de llevar el rumbo se hace mucho más llevadera dirigiendo la proa del barco hacia algún punto notable, boya o accidente geográfico, y cotejando de tanto en tanto el rumbo en el compás. Cierto es también que navegando de noche, la mortecina luz roja del compás magnético es capaz de dejarnos completamente dormidos en cuestión de minutos. En el mar, de noche y lejos de la costa, el recurso de enfilar el estay proel o algún obenque con alguna estrella de buena magnitud, da buenos resultados. Por supuesto que habrá que cambiar de estrella cada tanto (el cielo se mueve a razón de 15º por hora).

Ahora bien, ¿es esta la razón por la cual novatos o experimentados navegantes, se niegan cada día más a depositar su vista en el compás? No, nada de eso. La responsable de esa situación es la moderna tecnología G.P.S., cuyo avance vertiginoso ofrece a los usuarios cada vez más prestaciones: Equipos altamente polifuncionales, mejores y coloridas presentaciones, posibilidad de incorporar cartografía, etc. No será extraño que veamos en corto tiempo equipos con DVD o reproductores de MP3 (si es que aún no los han inventado). Se me ocurre pensar que la única razón por la que muchos barcos aún conservan su compás magnético en el mamparo estriba exclusivamente en que es un elemento obligatorio a bordo. El día que dicha obligatoriedad desaparezca, asistiremos a su extinción definitiva, viéndose ocupados sus espacios por modernos Plotters o GPS multifunción.
Aquel que lea este artículo me creerá un anticuado o uno de aquellos detractores de cualquier tipo de avance tecnológico. Nada más alejado de la realidad. La tecnología GPS fue el adelanto tecnológico más importante de los últimos tiempos en materia de navegación. Mejora y facilita de manera increíble el trabajo del navegante. Pero confiar en él ciegamente dejando de lado los métodos tradicionales, más allá de no ser recomendable, puede tornarse peligroso.
El noble compás de navegación es, sin ningún lugar a dudas, el instrumento más confiable a bordo de una embarcación. Sobran las razones:
- No utiliza pilas.
- No necesita señal de satélites.
- Si sobreviene un cortocircuito o una descarga eléctrica, va a continuar operando.
- No tiene problemas de memoria.
- Aunque con algunas deficiencias, probablemente sobreviva a la descarga de un rayo.
Cuidar nuestro compás de navegación, comprobar su compensación periódicamente, levantar una buena tabla de desvíos y, fundamentalmente, no olvidar los cálculos necesarios, son una muy buena manera de navegar con seguridad.
Historia del Compás magnético
Entre los primeros nombres con que se conoció al actual compás o «aguja náutica«, figuran el de «magneto» o «calamita«. El primero debe su nombre a que la famosa “piedra imán” o “magnetita”, que fue descubierta por los habitantes de un pequeño pueblo de Magnesia, en el Asia Menor, los “magnetos”. El término calamita, surge aparentemente por que dicha piedra imantada se introducía en una caña (en latín: Calamus) y se hacía flotar sobre una superficie líquida. Dicha caña señalaba la línea Norte – Sur. Por supuesto que para obtener cierta precisión fue necesario afinar dichas cañas, especialmente la parte que apuntaba hacia el Norte, asemejándose cada vez más a una “aguja”.
De la palabra “compás” no se tiene una etimología demasiado cierta, aunque se cree que proviene del término italiano “compasso” (“con” y “passo”), que significa con regularidad, con medida. Otra explicación sugiere que para trazar correctamente la “rosa de los vientos” era fundamental contar con un compás de dibujo. Una curiosidad interesante aparece con la palabra “brújula”. La rosa de los vientos o la aguja, a los efectos de que pudiese moverse con libertad se montaba (y se lo sigue haciendo) sobre un pivote llamado “estilo” que se sujetaba al fondo de una caja de madera de boj, en italiano “Bosso”, cuyo diminutivo es “Bossola” (pequeña caja de madera). Nada más absurdo que utilizar como nombre para el instrumento, el de la caja que lo contiene.

Como sea, existen relatos que describen la utilización de estos magnetos unos 2.600 años antes de Cristo en batallas libradas por algunos emperadores chinos, de las que pudieron escapar gracias a sus bondades. Se conoce también la existencia de un pequeño aparato llamado Fse – Nan, que significa “indicador del sur”, del que se valían antiguos embajadores de la china para retornar a su país. Este artefacto consistía en una pequeña figura humana que apuntaba hacia el sur y se montaba sobre los carruajes de la época.

La mayoría de los historiadores coincide en señalar sencillamente que los chinos, inventores de la aguja, la legaron a los hindúes, y que luego pasaron al mediterráneo por intermedio de los árabes. Se supone que la difusión general acontece en Bagdag en el siglo IX, donde funcionaba un gran centro de investigación científica. A partir de allí viajó a España y entre los siglos XII y XIII se difundió entre la mayoría de los países latinos.
A partir de entonces, la aguja o compás de navegación se ha ido perfeccionando hasta 1878 donde el prestigioso físico británico sir William Thompson, (a partir de 1892, Lord Kelvin) tras largos años de experiencias a bordo de su yate, logra crear la famosa “aguja seca” que aún conserva su nombre. La ventaja principal de la aguja de Thompson reside en una altísima sensibilidad (comparada a la de la época) que logró obtener gracias a la construcción de una rosa de muy poco peso. De allí a nuestra época, la evolución ha sido vertiginosa.
Continua en: ¿Cómo funciona el compás magnético?
Por Darío Gustavo Fernández
Director del ISNDF
